¿Y por qué? ¿Por qué la diferencia de criterios? Nunca he estado en Europa, por lo que pecaría de pretencioso al tratar de analizar el criterio de los españoles. Pero creo saber la razón de la diferencia de opiniones: el público no ha reaccionado ante las películas en sí, sino ante la imagen que estas proyectan de los extranjeros, es decir, de si mismos. En "El Forastero", el protagonista es un extraterrestre que es el extranjero modelo, rubio y hermoso (Nacho Duato). Además, cuenta con superpoderes, y acaba por asimilarse a la cultura nativa, para luego sacrificarse por esta. Es decir, estamos ante las mismas imágenes trilladas y estereotipadas de lo que "deben ser" los nativos peruanos y los extranjeros. En esta película, los peruanos somos simpáticos pueblerinos, corruptos policías o sanguinarios terroristas, en suma, vivimos en el eterno desorden latinoamericano que encuentra solución con la llegada e inmolación del extranjero, el "alien", cuyos rasgos europeos (caucásicos, blancos pues) son casi caricaturescos de tan obvios.
En cambio, en "Un marciano llamado deseo" sucede lo opuesto. Esta vez, los peruanos no somos tan desordenados y bobos, tenemos objetivos claros: aprovecharnos de los extranjeros, ya sea mediante un enlace matrimonial o el timo que consiste en la secta de "contactados" del Maestro Ezequiel. En efecto, "Un marciano llamado deseo" destroza casi todos los clichés que existen sobre latinoamerica: los peruanos no son ni exóticos indiecitos, ni peligrosos revolucionarios, ni indefensos nativos, acá aparecen como una tira de pícaros al mejor estilo del Lazarillo de Tormes o de Francisco de Quevedo, dispuestos a mentir, disfrazarse, etc. por lograr unos objetivos que no tienen nada de noble ni trascendente, y si mas bien de alienante y vergonzoso, sin necesidad de los trillados discursos sobre el "ser latinoamericano". De otro lado, los extranjeros, representados por Shirley, dejan de ser ruines villanos o superhéroes salvadores, para convertirse en unos ingenuos de cuya candidez (y de cuyos sentimientos de culpa por
vaya uno a saber qué) se puede aprovechar. Además, es probable que en otras latitudes resulte chocante ver que en América Latina no toda la gente es pobre o corrupta, sino simplemente sinvergüenza. Como en todos lados.
Vale pues, el esfuerzo de Antonio Fortunic, por lo menos para desmitificarnos un poco ante nosotros mismos y ante el resto del mundo.
Daniel Salvo © Noviembre de 2003